Sarita tenía solo 8 años cuando escuchó a su papá y su mamá hablar acerca de su hermanito, Marco. Marco estaba muy enfermo, y ellos habían hecho todo lo posible “económicamente” para salvarle la vida. Solo una operación “muy cara” podía ayudarlo, y ellos no tenían el dinero.
Sarita escuchó a su papá decir en un susurro de desesperación. “Solo un milagro puede salvarlo”. Sigilosamente, Sarita se fue a su habitación, y sacó su alcancía que tenía escondida en el closet. Ella la sacudió, echó todas las monedas al suelo, y las contó cuidadosamente. ¡Tenía un dólar y 11 centavos!
Puso las moneditas en su pañuelo, lo amarró, salió calladita del departamento y se fue a la farmacia de la esquina. Ella esperó pacientemente a que el farmacéutico le prestara atención. Pero este estaba muy ocupado hablando con un hombre, para prestarle atención a una niña de 8 años.
Sarita trató de hacer un poco de bulla. Aclaró su garganta. Pero nada. Finalmente, Sarita sacó una de las monedas que tenía escondida en su pañuelo, y golpeó el mostrador de vidrio con ella. ¡Eso lo hizo! “Niña, ¿qué es lo que quieres?” le pregunto el farmacéutico con tono molesto, “Estoy hablando con mi hermano”.
“Pues, yo quiero hablarle a usted acerca de mi hermano”, le contestó Sarita con el mismo tono molesto. “Él está enfermo… y yo quiero comprar un milagro”. “¿Un milagro?” preguntó el farmacéutico. “Si, mi papi dice que solo un milagro lo puede salvar… ¿así que cuánto cuesta un milagro?” Nosotros no vendemos milagros aquí”.
“Señor, yo tengo el dinero para pagar por el milagro. Por favor, ¿dígame cuánto cuesta?”
El elegante señor, que había estado conversando con el farmacéutico, se agachó, y le preguntó a la niña, “¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?” “Yo no sé”, dijo Sarita. Una lágrima comenzó a rodar por su mejilla. “Yo solo sé que él está realmente enfermo, y mi mami dice que él necesita una operación.
Pero mis padres no pueden pagar… así que yo voy a pagar con mi dinero.” “¿Cuánto dinero tienes?” le preguntó el elegante señor. “Un dólar y once centavos”, dijo Sarita orgullosamente. “Que coincidencia”, sonrió el señor, “Un dólar y 11 centavos es exactamente el precio del milagro para salvar a tu hermanito”.
Él tomó el dinero en una mano y con la otra cogió la mano de la chiquita, y le dijo, “Llévame a dónde vives. Quiero ver a tu hermanito y conocer a tus padres. El elegante señor era, nada menos que el Dr. Carlton Armstrong, conocido cirujano, que se especializaba en la enfermedad de Marquito.
La operación se hizo sin cargo alguno, y al poco tiempo, Marco estaba de regreso en casa, y sintiéndose bien. La mamá y el papá estaban hablando acerca de los increíbles eventos que habían sucedido. “Esta operación,” susurró la mamá, “es como un milagro. Me pregunto ¿cuánto debe de haber costado?”
Sarita sonrió para sí misma. Ella sabía exactamente cuándo había costado el milagro. Un dólar y once centavos. ¡MÁS LA FE DE UNA NIÑA!
Marcos 10:13-16 dice, Llevaron unos niños a Jesús para que los tocara, pero los discípulos reprendieron a quienes los habían llevado. 14Al ver esto, Jesús se indignó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí. No se lo impidan, porque el reino de Dios es de los que son como ellos.
15 De cierto les digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» 16Entonces Jesús tomó a los niños en sus brazos, puso sus manos sobre ellos, y los bendijo.
¿Por qué es que los discípulos regañaron a la gente y trataron de alejar a los niños de Jesús? Muchas veces, Jesús fue criticado por pasar “demasiado tiempo” con gente despreciable: como los cobradores de impuestos, los pecadores, y hasta con los niños.
Algunos, incluyendo los discípulos, pensaban que Jesús debía pasar más tiempo con los lideres importantes, y los religiosos porque así mejoraría Su posición social, y evitaría las críticas. Pero Jesús no necesitaba nada de eso. Él era Dios, y quería estar con quienes más lo necesitaban.
La frase “se indignó” es demasiado sutil. En realidad, nuestro Señor se enfureció tanto, que abiertamente regañó a Sus discípulos. Luego les dijo, que los niños eran el mejor ejemplo del reino de Dios… más que los adultos mismos. Les decimos a los niños que se porten como adultos, ¡pero Jesús les dice a los adultos, que imiten el modelo de los niños!
¿De qué maneras son los niños un modelo? En su humilde dependencia de otros, por su receptividad, su aceptación de sí mismos y su posición en la vida. Por supuesto, que Jesús no estaba hablando de un niño “malcriado”. Un niño disfruta, pero puede explicar muy poco. ¡Los niños viven por fe!
Por fe aceptan su suerte, confiando en que otros los cuiden y los ayuden a salir adelante. Entramos en el reino de Dios por fe, como niños: impotentes, incapaces de salvarnos a nosotros mismos, dependiendo totalmente de la misericordia y gracia de Dios.
Gozamos del reino de Dios por fe, creyendo que el Padre nos ama, y que suplirá nuestras necesidades de cada día. ¿Qué hace un niño cuando se lastima o tiene un problema? ¡Va corriendo donde papá o mamá! ¿no es cierto? ¡Qué ejemplo a seguir en nuestra relación con nuestro Padre celestial!
Sí, Dios quiere que seamos como niños… como niñas, ¡pero no infantiles! Jesús tomó a estos pequeños en sus brazos amorosos, y los bendijo. ¡Qué bendición para esos niños! © Las estadísticas recopiladas durante muchos años, muestran “que mucha más gente” se entrega a Cristo, cuando son niños, que en cualquier otra época de la vida.
El corazón de una criatura es tierno e impresionable. Los niños son grandes creyentes. ¡Ellos todavía no han sucumbido a las maneras del mundo! Los niños se sienten seguros cuando reciben una mirada de amor, y un toque afectuoso de alguien que se interesa por ellos. Ellos creen en nosotros, porque confían en nosotros.
Jesús dijo que debemos creer con la fe de un niño. No es necesario comprender todos los misterios del universo. Es suficiente saber que Dios nos ama y perdona nuestros pecados. Un ejemplo clásico de la importancia de la conversión en la niñez, es Moisés. Él nació bajo una sentencia de muerte, pero su mamá lo escondió en la casa, mientras pudo.
Ese es el propósito del hogar. El hogar debe de ser un lugar de refugio. Los hogares deben de mantenerse libres de influencias dañinas, y de las fuerzas de este mundo hostil. Cuando la madre de Moisés, ya no lo pudo esconder más tiempo en la casa, ella lo puso en una pequeña arca, al modelo del arca de Noé.
Era un lugar de refugio contra el furor del príncipe de este mundo. Tanto el arca de Moisés como el arca de Noé son retratos de la salvación -- una salvación que se encuentra solo en Cristo. La madre de Moisés recibió a su hijo de regreso de la muerte, para criarlo durante sus años más impresionables.
La hija del faraón, que adoptó a Moisés, se lo entregó a la mamá de Moisés para que esta lo criara. Ella pudo influenciar el mundo de su hijo, arraigado y cimentado en la fe.
Obviamente que la madre hizo una gran obra al instruir al pequeño Moisés, que cuando éste creció, ni el poder, ni los placeres ni las perspectivas de Egipto pudieron tentarlo. ¡Ese es el poder de un hogar piadoso! Con razón Jesús, con un corazón lleno de amor, exigió que le llevaran a los niños.
¡Como añoraba Jesús bendecir a estos niños, a sus mamás, y a sus hogares! Nosotros debemos ir a Jesús con la simplicidad, sinceridad, y el entusiasmo de los niños pequeños. Las mamás de antaño no se fueron con las manos vacías. Uno tras otro, el Señor tomó a sus hijos en Sus brazos, y los tocó con Sus manos santas. Y los bendijo.
¿De qué manera se recibe el reino de Dios, como un niño? Las personas adultas, que estén considerando la fe cristiana por primera vez, habrán tenido experiencias en la vida que les impedirán “ser inocentes” como los niños. Jesús no nos dice que olvidemos nuestras experiencias, ¡NO! ¡ÉL NOS DICE QUE CAMBIEMOS NUESTRA ACTITUD!
Debemos abandonar la autosuficiencia y reconocer nuestra necesidad de Dios. Debemos dejar de justificar nuestras faltas, y humillarnos ante Dios. Y debemos reemplazar “nuestro escepticismo” con la fe en Dios. Los niños no se consideran totalmente autónomos, ni perfectamente justos, ni supremamente poderosos. ¡Estas son fantasías de los adultos!
Recibir a Jesús como un niño o niña, significa aceptar Su bondad… significa confesar la necesidad que tienes de Él… ¡y comprometerte a obedecer Su Palabra!