El Titanic es uno de los barcos más famosos que ha existido. El 10 de abril de 1912, el Titanic zarpó “en su viaje inaugural” de Inglaterra a Nueva York. Lo que habría de ser un viaje histórico por la grandeza del barco y la ingeniería humana, terminó pasando a la historia, como una de los hundimientos más famosos que haya ocurrido.

¡El barco era espectacular! El Titanic era realmente uno de los barcos más seguros de su época. ¡El Titanic era más que un barco! ¡Era el símbolo del poder del hombre! ¡Del orgullo humano! ¡Era majestuoso! ¡Descomunal! ¡insumergible! Pero cuando el barco insumergible, se hundió, algo se fue abajo con él.

Cuatro días después de haber zarpado, el Titanic chocó contra un inmenso bloque de hielo y se hundió en 3,600 metros de agua helada. ¡Nunca más nadie sentiría la misma confianza “en el poder del hombre” y el orgullo del hombre! Proverbios 16:18 dice, La soberbia precede al fracaso; la arrogancia anticipa la caída.

En lo más profundo de nuestro ser, sabemos la verdad acerca de nosotras mismas… ¡que todo lo que tenemos nos ha sido dado! Ninguno de nosotros pidió nacer, ni especificó las condiciones en las cuales llegamos a este mundo. No elegimos nuestros talentos ni nuestros rasgos físicos. No elegimos nuestro lugar de nacimiento ni nuestro idioma natal.

Aunque podríamos haber sido diligentes y cuidadosas en elegir nuestros caminos, nuestro impulso y sabiduría nos fueron dados por nuestro Creador. Nosotros no producimos nuestras propias circunstancias.

Nosotros no desarrollamos nuestro cerebro ni controlamos nuestras relaciones. ¡Todo lo que tenemos ha sido un regalo! Aun así, nos atribuimos una tremenda cantidad de mérito por las cosas buenas que Dios nos ha dado.

Nos orgullecemos de nuestro trabajo, exhibimos nuestros logros, anunciamos nuestras habilidades y usamos nuestras relaciones para nuestra propia estima. Para ser gente que ha sido creada… ¡actuamos como si fuéramos las creadoras! Durante la época de Daniel, Nabucodonosor, el rey de Babilonia… ¡cometió ese error!

A pesar de haber visto “la inmensa evidencia de Dios” en las interpretaciones de sus sueños por Daniel, y de haber contemplado “con sus propios ojos” a tres hombres sobrevivir en un horno, Nabucodonosor siempre se atribuía la gloria a sí mismo. Se hizo construir una enorme imagen “de oro de sí mismo” para que la gente lo adorara.

Él se atribuía el mérito por el poder y la gloria de Babilonia. Dios le recordó al rey de que todos los dones, todo el poder, toda la sabiduría y toda la autoridad… ¡vienen del cielo! ¡Dios humilló a Nabucodonosor! ¡Le hizo perder la razón! Dios demostró cuan insignificantes son los logros humanos. ¡Él anuló el orgullo del rey! ¡Dios humilla al soberbio!

Así que comencemos con Daniel 4: 29-37, que dice, Pero doce meses después, mientras [Nabucodonosor] se paseaba por el palacio real de Babilonia, 30 exclamó: «¿Acaso no es ésta la gran Babilonia, que con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad he constituido como sede del reino?»

Este pasaje comienza con el rey subiendo al techo de su palacio, y mirando por todas partes, la magnífica ciudad que él había edificado. Sus murallas eran de ocho pisos de altura, por doce metros de ancho, y se extendían en una circunferencia total de 24 kilómetros.

Dondequiera que mirara, él podía ver sus fabulosos palacios y sus maravillosos jardines colgantes. El bello rio Éufrates atravesaba el interior de la ciudad. ¡Esta debe de haber sido una vista espectacular!

A lo que Nabucodonosor admiraba esta maravilla, él orgullosamente proclamó, “¿no es esta la gran Babilonia que “YO” he construido por mi gran poder y para el honor de mi majestad? Esta misma actitud, “levanta su fea cabeza demasiadas veces…” en nuestra cultura de hoy. ¡Mucha gente piensa que está “realmente” en control de su vida!

A su manera, la gente está de pie en su propio techo, diciendo orgullosamente la misma cosa que dijo Nabucodonosor. Nabucodonosor había construido una gran muralla. Él había bloqueado completamente a todos sus enemigos. Él estaba gozando de la vida. Estaba prosperando. Se estaba pavoneando por todo el palacio con pompa y orgullo.

Mientras que el rey estaba de pie en su techo, palanganeando orgullosamente acerca de su grandeza, su caída vino repentinamente. 31Todavía estaba hablando el rey cuando del cielo vino una voz, que decía: «A ti, rey Nabucodonosor, se te hace saber que el reino se te ha arrebatado.

32 Serás expulsado de entre los hombres, vivirás entre las bestias del campo, y te alimentarán como a los bueyes. Pasarán siete tiempos sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo es el señor del reino de los hombres, y que él entrega este reino a quien él quiere.»

¡Así que el juicio de Dios cayó sobre Nabucodonosor! ¡Debe de haber sido terrible ver esta escena! El orgulloso rey perdió el juicio. Terminó en un estado tan calamitoso, que comenzó a caminar en cuatro patas, y a comer gras como un animal. Antes… él había estado vestido con sus vestiduras reales.

Ahora se revolcaba en la locura, desgreñado e incontrolable. Su pelo se volvió enmarañado, y sus uñas le crecieron largas y gruesas, “como las garras de los pájaros”. Esta transformación sucedió de repente – pero no inesperadamente. Dios nos advierte por meses, y a veces por años. ¡Él nos da tiempo para arrepentirnos!

Proverbios 29:1 dice, El que se empecina ante la reprensión acabará en la ruina pronto y sin remedio.

La gracia de Dios se le ofreció a Nabucodonosor por meses, pero como a muchos de nosotros, él no hizo caso. Su experiencia debiera servirnos, como una terrible advertencia para nosotros. © © Fue tal el orgullo, que hizo que Lucifer, el ángel de la luz, fuera arrojado del cielo. Fue el orgullo que hizo que Adán y Eva fueran arrojados del Jardín del Edén.

Y es este mismo orgullo, el que hace que hombres y mujeres de nuestra cultura moderna –al igual que Nabucodonosor -- piensen que son indestructibles. Pero, de forma muy dura, descubren que para subir… hay que bajar. ¡En vez de ser orgullosas debemos ser humildes!

¡PERO HAY BUENAS NOTICIAS! Dios le dio una segunda oportunidad al gran monarca. Aquel que había conquistado todo el mundo conocido, ahora había sido humillado. 34 «Pero al fin del tiempo yo, Nabucodonosor, levanté los ojos al cielo y recobré la razón. Bendije entonces al Altísimo.

Alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y cuyo reino permanece por todas las edades. 35Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada. El Altísimo hace lo que él quiere con el ejército del cielo, y con los habitantes de la tierra.

Y no hay quien pueda impedírselo, ni cuestionar lo que hace. 36 En ese mismo instante recobré la razón y la majestad de mi reino, junto con mi dignidad y mi grandeza, y mis gobernadores y mis consejeros acudieron a mí, y fui restablecido en mi reino y se me dio mayor grandeza.

37 Por eso yo, Nabucodonosor, alabo y engrandezco y glorifico al Rey del cielo porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos, y él puede humillar a los que se muestran soberbios.»

El Salmo 119:67 dice, Antes de sufrir, yo andaba descarriado; pero ahora obedezco tu palabra. ¡El gran monarca fue restaurado! Dios también eliminará nuestro orgullo. Tal vez no seamos tan arrogantes y atrevidas como lo fue Nabucodonosor, pero muchas veces, necesitamos recordar nuestra necesidad de Dios.

No podemos relacionarnos con Dios debidamente, si no entendemos, que todo lo que tenemos y todo lo que somos… ¡es por Su gracia! Cuando nos atribuimos méritos, negamos la generosidad de Dios. ¡ESA NO ES UNA OFENSA MENOR! ¡Su amor nos corregirá!

Cada mañana, cuando te despiertes, recuérdate a ti misma, de que toda tu vida es por gracia. ¡Eso te mantendrá humilde, y Dios te abrirá los brazos para que corras a Él!