Me encanta lo que Max Lucado escribió, “Cuando venimos a Cristo, Dios no solo nos perdona, ¡Él también nos adopta! A través de una serie de eventos, nosotras pasamos de ser huérfanas condenadas sin esperanza alguna, a ser hijas valientes y sin miedo.

Miremos como funciona esto: Tú vas ante el tribunal de Dios llena de rebelión y errores. Debido a Su justicia, Dios no puede descartar tu pecado, pero debido a Su amor, El no puede descartarte a ti. Así que en un acto “que dejó a los cielos asombrados”, Dios se castigó a SI MISMO en la cruz… por tu pecado y el mío.

La justicia y el amor de Dios son honrados igualmente. Y tú, como creación de Dios, eres perdonada. Pero la historia no termina con el perdón de Dios… Hubiera sido suficiente si Dios simplemente limpiara Su nombre, pero El hizo más, mucho más. ¡EL NOS DIO SU NOMBRE!

Romanos 8:15 dice, Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (que significa “Papá, Papito”)

¡HIJA DE DIOS! ¡ADOPTADA A SU FAMILIA! Esta es una idea increíble, especialmente para aquellas de nosotras que no tenemos papá, o fuimos abandonadas o abusadas por nuestros padres terrenales. Nosotras tenemos la tendencia de mirar a Dios a través del lente del papá que conocimos durante nuestros años de crecimiento.

Si nuestro papá fue amoroso, afectuoso, y tolerante, nos imaginamos a nuestro Padre Celestial de la misma forma.

Pero si nuestro padre terrenal fue duro, criticón, o poco amoroso, dudo mucho que nos hayamos sentado en su regazo cuando éramos niñas, o confiado en Su amor. Nuestra visión de Dios puede hacer que nos corramos de Él, o que le cerremos nuestros corazones.

Sin embargo, Dios nos dice que lo llamemos, “Papá, Papito”, que no nos asustemos, o nos corramos, como si tuviéramos miedo de Él, sino que nos comportemos “como hijas amadas”. Piensa acerca de tu relación con tu padre o madre terrenal, y como esa relación influenció tu perspectiva de Dios.

Mi papá y yo tuvimos una bellísima relación. Él se murió cuando yo solo tenía 11 años. Pero el recuerdo de su amor está vivo en mi corazón, aun después de tantos años. Que alegría recordar que muchas veces me senté en su regazo, y que la relación que ambos teníamos era algo lindo.

Conversábamos… nos reíamos juntos. Yo era su engreída, aunque nos amaba a los cinco hermanos por igual. No me puedo olvidar de las veces que mi papá nos llevaba a mí, y a mis hermanos a tomar helados al “Oh Que Bueno”, o a comer anticuchos al centro de Lima, en los días que mi mamá jugaba naipes con sus amigas.

Y más que nada, me encantaba cuando él nos llevaba, a las tres chicas, a la Tiendecita Blanca a tomar el té. ¡Uy! ¡Nos sentíamos señoritas! Nos poníamos nuestros mejores vestidos, y nos íbamos felices con papá, todas… con cartera en mano.

Tantos bellos recuerdos… Necesitaría “horas” para contarlos. Tal vez ese sea el motivo, que cuando mi papi murió, no me molesté con Dios por habérselo llevado. Más bien, me aferré a mi Padre Celestial.

A pesar que sentía una tristeza enorme, en el fondo de mi ser, sabía que Dios estaría siempre conmigo. Que nunca me dejaría ni me abandonaría. Aunque fueron años difíciles, los recuerdos “DE MI PAPI Y YO” se han mantenido vivos en mi corazón.

Si tú no ves a Dios como “tu Papá, o Papito”, lleva la visión que tienes de Él al trono de la gracia, y pídele al Espíritu Santo QUE ACLARE TU VISION DE ÉL, para que puedas experimentar el gran amor que tu Padre Celestial siente por ti.

15 Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

La primera adopción registrada en las Escrituras fue la de Moisés. Cuando el faraón ordenó que mataran a todos los niños hebreos, la mamá de Moisés lo metió en una canasta, a prueba de agua, y la puso en el Rio Nilo entre algunas cañas.

Cuando la hija del faraón fue al rio con sus doncellas, ella vio la canasta e hizo que una de sus doncellas la sacara. Al ver al bebé, ella supo inmediatamente que este era un bebé hebreo. Aun así, ella se apiadó de él.

María, la hermana de Moisés, que estaba observándolo todo de muy cerca, le ofreció a la hija del faraón encontrarle una niñera para que cuidara al bebé Moisés. María trajo a su propia madre. La hija del faraón “hasta le pagó” para que lo llevara a su casa, y lo criara.

Cuando Moisés era ya un muchachito, lo llevaron a palacio y fue adoptado por la hija del faraón.

¿Se acuerdan de la historia de Ester? Cuando los padres de Ester murieron, su primo Mardoqueo adoptó a Ester, y la crío como si fuera su propia hija. Mardoqueo estuvo siempre al tanto de ella, aun después de que ella fuera coronada reina, y viviera en palacio.

Pero tal vez la adopción más conmovedora del Antiguo Testamento es la de Mefiboset, el hijo lisiado de Jonatán, y único descendiente del rey Saul, que quedaba.

Cuando el Rey David supo de Mefiboset , él le entregó las tierras que le habían pertenecido a su abuelo Saul. También lo honró, por ser el hijo de su querido amigo, Jonatán, invitándolo a compartir con él su mesa en palacio.

¡Ahora bien! La hija del faraón adoptó a Moisés porque sintió compasión por él. Y aunque Mardoqueo amaba a Ester, su adopción fue también motivada por un deber familiar. Pero la adopción de Mefiboset, por David, fue motivada solo por un amor misericordioso.

De muchas maneras, la adopción de Mefiboset por David es un retrato de la adopción de las cristianas por Dios. David tomó la iniciativa de buscarlo, y de traerlo a palacio. Y aunque Mefiboset era el hijo de su mejor amigo, él era también el nieto, y el único heredero del rey Saul, quien había tratado, muchas veces, de matar a David.

Siendo lisiado de ambos pies, Mefiboset no tenía la capacidad física para servir a David. Lo único que podía hacer era aceptar la generosidad del soberano. El nombre Mefiboset significa “cosa vergonzosa”, y él había vivido, por muchos años, en Lodebar que significa tierra árida.

David llevó a este “muchacho rechazado” a cenar a su mesa como si fuera su propio hijo. Y generosamente, le dio una magnifica herencia, a la que “no tenía derecho” legalmente.

Este es un bello retrato de la “adopción espiritual” que Dios nos hace a nosotras. El busca, amorosamente, a hombres y mujeres pecadores. Y por propia iniciativa, los hace Sus hijos e hijas cuando confían en Su Hijo, Jesucristo. Debido a su adopción, los creyentes podrán compartir de la herencia del Hijo de Dios.

A los cristianos, Dios les dice en 2 Corintios 6:17-18, «Salgan de en medio de ellos, y apártense; y no toquen lo inmundo; y yo los recibiré. 18 Y seré un Padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas.» Lo ha dicho el Señor Todopoderoso.

Cuando una persona se entrega a Cristo, esta recibe todos los privilegios y las responsabilidades de una hija de la familia de Dios. Dios quiere tener una relación con nosotras. Él nos adopta y quiere que lo llamemos: “Papá”, “Papito”. ¡ESTA ES UNA EXPRESIÓN DE CARIÑO!

A mi papá le encantaba que lo llamáramos Papi… ¡Y NUESTRO PADRE CELESTIAL ES IGUAL!¡DIOS NOS HA ADOPTADO COMO SUS HIJAS! ¡EL ES NUESTRO ABBA! ¿No es eso lo que necesitamos? ¿Un Abba que nos escuche cuando llamamos? ¿Qué nos coja de la mano cuando nos sentimos débiles?

¿Un Abba que nos guie a través de las situaciones difíciles de la vida? ¡Todas necesitamos un papá! ¡HAY UN DIOS EN EL CIELO QUE QUIERE QUE LO LLAMEMOS PAPÁ! ¡ABBA!