Juan 3:16 dice, Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.

A lo mejor hemos escuchado este versículo “tantas veces” que ha perdido su impacto. Este versículo es una de las promesas más grandes y más preciosas de Dios. Sin embargo, a veces nos entra por un oído y nos sale por el otro. Es un verso tan conocido que no nos detenemos a meditar en él.

Piensa acerca del alcance “tan increíble” que esta promesa tiene. Aplica “a todo aquel que en Él cree”. Piensa en la simpleza de todo esto. Solo se necesita creer verdaderamente. Piensa acerca de todo lo que esto implica. Es la diferencia entre la muerte eterna y la vida eterna.

¿Te das cuenta de cuán larga es la eternidad? ¡ES INTERMINABLE! Jesús es el único que salva a la gente de sus pecados. Él es el que escribe sus nombres en el libro de la vida, Y ES ÉL, el que les garantiza un lugar en la familia de Dios. Muchas de nosotras no podemos comprender “el precio tan enorme” de esta promesa.

Dios se vistió a Si mismo en carne humana, fue tentando en todo, sufrió dolores espantosos, y murió una de las muertes más terribles. Y Él hizo todo esto con la humildad que todo ser humano debiera tener. Es inimaginable que el rey de un reino inmenso muera por sus ciudadanos más insignificantes. ¡PERO ESO FUE LO QUE JESÚS HIZO!

Porque de tal manera amó Dios al mundo. ¡ESO ES CUALQUIER CANTIDAD DE AMOR! Es difícil para nosotras de entender, porque nuestro amor es, generalmente limitado, o manchado por nuestras propias motivaciones egoístas. ¡PERO NO EL AMOR DE DIOS!

Su amor nos da promesas que nos libera de un desastre total. Y Sus promesas están respaldadas por Su inmenso sacrificio. Si alguna vez dudas “que Dios habla en serio acerca de cumplir Sus promesas”, considera esta.

El prometió salvación, y El sangró para cumplir esa promesa. ¡No hay mayor garantía que una promesa escrita con Su sangre divina!

La familia García era una familia cristiana muy devota. El papá se preocupaba por la condición espiritual de sus hijos. De vez en cuando los probaba para saber si ellos estaban seguros de su salvación… de su relación con Jesucristo. Un día, llegó el turno de Jaimito, de siete años, de explicar cómo sabía él que tenía vida eterna.

Jaimito dio su versión: “Yo pienso que debe de ser algo así en el cielo. Algún día cuando lleguemos al cielo, será el momento en que un gran ángel leerá del gran libro, los nombres de todas las personas que estarán ahí.

El ángel se acercará a nuestra familia García, y dirá, “Papá García” y papá dirá: “Aquí”. Y mamá dirá, “¡Aquí!” Luego el ángel llamará a mis hermanos, a Susy y a Pedro, y ambos dirán, “¡Aquí”!

Jaimito continuó, “Y finalmente el gran ángel leerá mi nombre, “Jaimito García”, y como soy chiquito, yo saltaré y gritaré bien fuerte, “¡Aquí!”, para asegurarme que él sepa que yo estoy ahí.”

Unos días después, hubo un trágico accidente. Un carro atropelló a Jaimito a lo que corría para alcanzar el ómnibus del colegio. La ambulancia lo llevó de emergencia al hospital. Sus padres llegaron asustados. La condición de Jaimito era crítica. La familia rodeaba su cama, en que el pequeño Jaimito yacía echado inconsciente.

No había esperanza que se recuperara. Los doctores habían hecho todo lo posible. La familia oró y esperó.

Tarde por la noche, Jaimito comenzó a moverse. La familia vio que sus labios se movían. Jaimito dijo “una sola palabra” antes de fallecer. Esta palabra trajo consuelo y esperanza a la familia. Con su vocecita de niño, lo suficientemente clara para que todos escucharan, Jaimito García dijo, “¡Aquí!” En ese momento, se había ido.

Dios ha probado para siempre Su amor por nosotros. Que el Padre diera a Su Hijo es una expresión eterna de Su afecto. Es la prueba que Él nos ama, y quiere que vivamos con Él para siempre. Esta es una maravillosa y profunda verdad, que a pesar de que Dios ama a todo el mundo en general, Él también nos ama personalmente e individualmente.

Tan es así, que Cristo murió por cada uno de nosotros aun si fuéramos la única persona en este mundo. Gracias a Su amor, Él entregó Su vida en la cruz cuando nosotras todavía éramos pecadoras. El no esperó a que nosotras nos limpiáramos primero. No hubiéramos podido hacerlo, aunque quisiéramos.

En vez, Él demostró Su gracia salvándonos aun cuando no lo merecíamos. Él no murió por un grupo selecto de gente, o por algunas familias en particular, o denominaciones o nacionalidades, sino por aquellos de cada tribu y lengua, gente, grupo y nación. ¡Qué amor tan inmenso! El que cree en Jesucristo no se perderá, sino que tendrá vida eterna.

17 Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. Dios no es un gobernante duro y cruel… ansioso de derramar Su ira en la humanidad. ¡NO! Al contrario, Su corazón está lleno de ternura hacia el hombre y la mujer. ¡Él pagó el precio máximo para salvarnos!

Él podría haber mandado a Su Hijo a condenar al mundo, pero no lo hizo. Por el contrario, Él mandó a Jesús a sufrir, sangrar, y morir, para qué por medio de Él, fuéramos salvadas. Dios mandó a Su Hijo al mundo, no para señalar con Su dedo al mundo, sino para abrazar al mundo, y atraerlo a Si Mismo.

Se cuenta la leyenda acerca de un hombre, qué durante uno de sus viajes, se perdió por un pantano de arenas movedizas. A lo que se hundía lentamente, Confucio pasó por ahí, y al verlo dijo, “Es evidente que el hombre debe de evitar lugares como estos”. Y siguió su propio camino.

Al rato Mohamed pasó por ahí, y dijo, “Ah, es la voluntad de Alá”. Y siguió su camino. Luego Buda pasó por ahí, y vio a este hombre luchando, y comentó, “Que el dilema de este hombre sea un ejemplo para el resto del mundo”. Y siguió su camino. Krishna pasó por ahí y dijo, “Que tengas mejor suerte la próxima vez”. Y siguió su camino.

Finalmente, Jesús vino, extendió Su mano, y dijo, “Toma mi mano. Yo te salvaré”. Solo cuando nos agarramos de Jesús, encontramos al verdadero Salvador. Lo que hace a nuestro Señor especial es que, mientras otros nos dicen “lo que debemos hacer para alcanzar el cielo”, solo Él baja del cielo, y nos saca de la arena movediza del pecado.

Dios NO MANDÓ A SU HIJO para condenar al mundo, o para darnos algunos dichos espirituales bonitos, o para hacernos sentir mal porque nuestra vida espiritual no es la adecuada. ¡NO! El propósito de Dios de mandar a Su Hijo fue extraordinario. ¡JESÚS VINO PARA SALVARNOS!

La salvación no puede ser ganada. Solo puede recibirse como un regalo gratis. Nosotras aceptamos el regalo de salvación de Dios “por fe en Cristo” para el perdón de nuestros pecados. Si quieres tener una relación íntima con tu Creador, confiando en Cristo como tu Señor y Salvador, quisiera darte una simple oración que puedes orar para expresar tu fe.

Querido Dios, Yo sé que mi pecado ha puesto una barrera entre Tú y yo. Gracias por mandar a Tu Hijo Jesús para que sufriera la multa por mi pecado, muriendo en mi lugar para que la barrera “entre nosotros” fuera quitada.

Yo confío solo en Jesús para el perdón de mis pecados. Al hacer eso, yo también acepto Tu gran regalo de vida eterna, que es mío para siempre, por Tu gracia. Gracias, Padre por escucharme. En el nombre de Jesús, Amén.