Una vez, el Dr. Jonás King fue a visitar a los niños de un orfanato. Los niños estaban sentados en la clase del colegio, y el Dr. King estaba de pie en una plataforma delante de ellos. “Así que este es un orfanato”, dijo. “Sí yo les preguntara, me imagino que muchos de ustedes me dirían que no tienen ni padre ni madre. ¿No es cierto?

“Si, señor”, dijeron algunas vocecitas. “¿Cuántos de ustedes dicen que no tienen padre? Levanten la mano”. Muchas manos se levantaron. “¿Así que ustedes dicen que no tienen padre”? “Si, señor”. “¿Oran alguna vez el Padre Nuestro?” Los niños comenzaron a orar. “Padre nuestro, que estás en los cielos”.

“Paren, niños, dijo el Dr. King; “Qué es lo que han dicho? ¿Padre nuestro?” Entonces ustedes si tienen un Padre. Un Padre bueno y rico. Él es el dueño de todo el oro de la China y del África. ¡Él es el dueño de todo el mundo!

Él les puede dar cualquier cosa que le pidan, siempre y cuando, sea para su bien. Niños, nunca se olviden que ustedes tienen un Padre. Vayan a Él todas las veces que quieran, como si lo pudieran ver. Él no solo es capaz, sino que está dispuesto a hacer todo lo que es bueno para ustedes.”

Jeremías 33:3 dice, Clama a mí, y yo te responderé; te daré a conocer cosas grandes y maravillosas que tú no conoces. Esta es una de las promesas más increíbles de toda la Biblia. Una amiga, muy querida, llama a este versículo “el número de teléfono de Dios”.

La línea nunca está ocupada. Tu llamada nunca se va al mensaje de voz. Él siempre contesta – y lo hace de tal manera -- que excede nuestras expectativas más optimistas.

Efesios 3:20 dice, Y a Aquel que es poderoso para hacer que todas las cosas excedan a lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros.

La oración es uno de los privilegios más extraordinarios de la vida cristiana. Jesús dijo en Marcos 11:17, Mi casa será llamada casa de oración, antes de ser llamada la casa de enseñanza de la Biblia, la casa del evangelismo, la casa del discipulado, o la casa de acción social, Su casa debe de ser llamada “la casa de oración”.

Es interesante notar, que los discípulos le preguntaron a Jesús en Lucas 11:1, Señor, enséñanos a orar. Ellos nunca le pidieron a Jesús que les enseñara a predicar o a evangelizar, organizar o movilizar. La única cosa que está registrada en las escrituras es lo que estos fieles discípulos le pidieron – QUE LES ENSEÑARA A ORAR…

Ellos lo habían observado durante tres años. Ellos vieron la intensidad y la frecuencia de Su vida de oración. Los apóstoles sabían qué si ellos captaban la esencia de la oración, ellos podrían predicar, o hacer cualquier otro ministerio, que se necesitara hacer.

A lo que marcamos el número de teléfono de Dios hoy día, unámonos a los discípulos en este pedido, Señor, enséñanos a orar.

¿Qué es la oración? ¿Significa orar oraciones antiguas de paporreta o como ritual? Dios dijo: Clama a mí. La oración es una comunicación de dos vías. En camino a Emaús, los dos discípulos exclamaron, en Lucas 24:32, «¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»

¡Corazones ardientes vienen cuando escuchamos al Señor! Y lo escuchamos, tal como ellos lo hicieron, cuando Él abre la Escritura para nosotras. La oración es la parte hablada de una relación. Para tener una relación positiva y productiva con nuestros esposos, hijos, padres, o con quien sea, debe de haber comunicación verbal.

La primera señal de que una relación se está deteriorando, es la falta de comunicación. Y con todo, algunos cristianos piensan que pueden pasar días, o hasta semanas sin comunicarse con Dios. La oración es la parte hablada de nuestra relación con el Señor, y es vital, para nuestro crecimiento espiritual.

¿Por qué oramos? Oramos porque el Señor sabe mejor, que nosotras mismas, lo que realmente necesitamos. Es la oración la que hace, que Dios se haga real para nosotras. Así como la Biblia le da dirección a nuestra oración, la oración le da una nueva dinámica a la lectura de nuestra Biblia.

Dios nos habla por medio de Su Palabra, y nosotras le hablamos a Él, por medio de la oración. La oración es como una sinfonía: la Biblia es la partitura, el Espíritu Santo nos guía en nuestra vida de oración, y nosotras comenzamos realmente a orar las Escrituras por nosotras mismas, y por otros.

Otra razón por la cual debemos orar, es porque Jesús oró. Piensa en esto. Si Aquel que nunca pecó tuvo la necesidad de orar con frecuencia, con mayor razón nosotras, pecadoras que somos… ¡NECESITAMOS CLAMAR A Él! ¡La oración tiene una manera de liberarnos!

En Job 42:10 leemos, Después de que Job rogó por sus amigos, el Señor sanó también la aflicción de Job y aumentó al doble todo lo que Job había tenido. Nosotras también debemos orar, porque hay una multitud de promesas de oración, que se encuentran en las Escrituras, una de las cuales es ésta, Jeremías 33:3.

¿Cuándo debemos de orar? La Biblia nos alienta en 1 Tesalonicenses 5:17, Oren sin cesar. Es decir, debemos vivir nuestras vidas en un estado constante de comunión con Dios, mientras desempeñamos nuestro trabajo y testimonio.

Marcos 1:35 nos dice, Muy de mañana, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó y se fue a un lugar apartado para orar. En algunas ocasiones, Jesús pasaba noches enteras en oración. Él oraba antes de cada gran crisis de la vida, como lo vemos en Su oración en la tumba de Lázaro.

Él oró después de los grandes logros de la vida, como lo vemos después que Él alimentó a las multitudes en las colinas de Galilea. Getsemaní nos recuerda cómo Jesús oró, antes de las grandes tentaciones de la vida. Cuanto más ocupada se volvía la vida de nuestro Señor, más apremiante se hacía Su vida de oración.

¿Cómo debemos orar? Debemos comenzar a orar en confesión. Confesar significa “estar de acuerdo con Dios”. Nuestro pecado “no es algo” que debemos minimizar, diciendo, “Ay, no soy tan mala como esa otra persona”. Ni se debe excusar uno mismo, diciendo, “Ay, al fin y al cabo, todo el mundo lo hace.” El pecado no es un simple vicio del cual nos debemos reír.

¡El pecado es tan serio, que se necesitó la cruz! Nosotras debemos confesar todos nuestros pecados. En 1 Juan 1:9, tenemos la promesa que, Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Después de la oración de confesión, avanzamos a una oración de agradecimiento.

El Salmo 100:4 dice, Entremos por sus puertas y por sus atrios con alabanzas y con acción de gracias; ¡alabémosle, bendigamos su nombre! El agradecimiento es la puerta a través de la cual entramos al salón del trono de oración.

Aquí le agradecemos a Dios por bendiciones materiales, bendiciones físicas, bendiciones espirituales, y por las personas que son importantes para nosotras. La oración de confesión y la oración de agradecimiento nos guían a la oración de alabanza.

En la oración de alabanza recordamos la pregunta que nuestro Señor le hizo a Pedro en Juan 21:15, ¿Pedro, me amas más que éstos? Aquí le decimos a Dios que lo amamos. Que lo alabamos por sus grandes atributos – por Su bondad, paciencia, santidad y misericordia. Y esto nos lleva, a continuación, a la oración de intercesión.

Aquí nos acercamos al trono de Dios para orar por los demás. Esta es la oración por los miembros de nuestra familia, amigos, líderes políticos tanto nacionales como locales, por aquellos que necesitan a Cristo, y hasta por aquellos que han hablado mal de nosotras.

Y después de la oración de intercesión, pasamos a la oración de petición. Aquí le pedimos a Dios todo lo que Él ha puesto en nuestro corazón. © Y finalmente, llegamos a la oración de comunión. Esta es la oración que va más allá de simples palabras.

Aquí es cuando – CON NUESTRA BIBLIA ABIERTA -- nos quedamos quietas y escuchamos a Dios. ¡La Biblia y la oración son inseparables!