Era un día lluvioso de Setiembre. Era mi cumpleaños. Yo cumplía 11 años. No había fiesta. Mi papá estaba enfermo en el hospital. Mi mamá estaba con él. Me habían dado lindos regalos días antes. Mi mamá me había preguntado lo que yo quería hacer por mi cumpleaños. Le dije: “Quiero ir a ver a mi papá al hospital.

Así que, en el día de mi cumpleaños, el chofer, Darío, me llevó al hospital. Darío y yo caminamos juntos al cuarto de mi papá. Cuando mi mami supo que yo había llegado al hospital, salió del cuarto rapidito, y me dijo que no entrara, porque mi papi se había emocionado mucho -- al saber que yo estaba ahí -- y que se había puesto a llorar.

¡Qué tristeza no poder ver y abrazar a mi papá! Antes de irme miré por la ranura de la puerta, y sí, vi a mi papá llorando. ¡Mi papá era mi mejor amigo! Él me quería mucho, y yo a él.


Darío y yo nos tuvimos que regresar a casa sin ver a papá. Caminamos juntos los pasillos del hospital en completo silencio. Salimos, nos subimos al carro, y nos regresamos a casa. ¡Esa fue la última vez que vi a mi papá!

Cuatro días después, mientras mis hermanas y yo nos preparábamos para ir al colegio, mi mamá entró al cuarto, y nos dio la mala noticia. A decir verdad, desde el momento que la vi entrar, supe instintivamente, que mi papá había muerto. Aun a los 11 años, antes que mi mamá nos lo dijera… yo ya lo intuía.

Todas lloramos juntas. ¡Yo lloré mucho! Muchas veces me encerraba en el baño a llorar. Le hablaba a Dios y le pedía que me consolara.

Yo sabía que Jesús estaba llorando al lado mío. Yo sabía que Jesús estaría conmigo siempre. ¡Podía sentir Su presencia! A veces, preguntaba, ¿Por qué Dios mío? ¡Mi papá era mi mejor amigo!

Juan 11:35 dice, Y Jesús lloró. La muerte de mi papá me ayudó a comprender el significado del versículo más corto de la Biblia: Y Jesús lloró. ¡El Hijo de Dios lloró! Él sabía la realidad del cielo. Él era la raíz de la esperanza, qué en un día futuro, habría resurrección. Sin embargo, Jesús lloró. Su amigo Lázaro había muerto. Sus hermanas estaban desconsoladas.

Jesús amaba tanto a Sus amigos María y Marta y Lázaro. Él se conmovió muchísimo, y hasta Su espíritu se turbó. ¡Jesús realmente sintió la pena de Sus amigos. ¡Y Él sintió mi pena también! ¡Y Él siente tu pena y tu dolor! Cuando alguien a quien amamos muere, nosotros luchamos con toda clase de emociones.

Si una persona joven se muere, preguntamos “¿Por qué?” O cuando la muerte llega, después de largos meses de sufrimiento, luchamos por entender… ¿por qué el Señor esperó tanto tiempo para darle alivio? Comenzamos a pensar acerca de Dios como distante, que no siente nuestro dolor. Tal vez hasta cuestionemos Su sabiduría o Su bondad.

Pero luego leemos, Y Jesús lloró. Dios se conmueve profundamente por nuestras angustias. Cuando una situación penosa invade tu vida, recuerda el versículo más corto de la Biblia. Y Jesús lloró. ¡Jesús derramó lágrimas de dolor!

Hay dos pasajes en las escrituras que presentan a nuestro Señor realmente llorando. Irónicamente, ambas veces, Sus lágrimas se produjeron en el Monte de los Olivos, al lado opuesto de Jerusalén. En la ladera “este” del monte, en el pequeño pueblo de Betania, encontramos a Jesús llorando sobre nuestras penas, ante la tumba de Lázaro.

Y en la ladera “oeste” del monte, lo encontramos llorando sobre nuestros pecados en el Domingo de Palmas. Tal vez nos preguntemos… ¿estará Jesús todavía llorando.

Las lágrimas tienen su propio lenguaje. Las lágrimas de nuestro Señor dicen mucho acerca de nosotros. ¡SI! Nuestros corazones quebrantados conmueven a Jesús. © Lázaro había estado enterrado por varios días. Lázaro era uno de Sus mejores amigos, Y Jesús lloró.

Él “NO LLORÓ” porque Lázaro estaba muerto. Porque Él sabía que le restauraría la vida en unos momentos. Jesús lloró cuando vio a las hermanas de Lázaro llorando. ¡Las lágrimas tocan el corazón de nuestro Dios! ¡El corazón de María estaba destrozado! ¡El de Marta también!

Su hermano estaba muerto, y parecía que Jesús había llegado demasiado tarde. María no tenía ninguna esperanza. Estaba dolida. Estaba llorando con sollozos y gemidos profundos. Ella estaba derramando su alma al Señor. Cuando Jesús la vio… ¡Él lloró con ella! Este gran Dios se conmueve por nuestros dolores y nuestros corazones quebrantados.

Las lágrimas tienen su propio lenguaje. ¡Hablan más fuerte que las palabras! ¡No necesitan ningún interprete! El salmista dice en el Salmo 56:8, que Dios pone nuestras lágrimas en un frasquito. Si necesitas la atención de Dios, prueba las lágrimas. ¡Está okey llorar!

Nosotros servimos a un Dios -- que llora “con nosotras” sobre nuestras penas -- y se conmueve por nuestros corazones dolidos.

Cuando la hija de mi querida amiga Rocío murió en un accidente automovilístico, ella me dijo, “Yo siempre he sido media lloroncita… Pero ahora lloro todo el tiempo. ¡Se me salen las lágrimas como si nada! Cualquiera que haya sufrido una tragedia tan intensa, como la de Rocío, puede comprender lo que ella estaba sintiendo.

¿Tiene algo de malo llorar? La tristeza, las lágrimas, y el luto son comunes en esta tierra – aun para Jesús. Sus lágrimas nos dicen, que está bien, que se nos salgan las lágrimas.

PAUSA

ADEMÁS, JESÚS LLORÓ SOBRE NUESTRO PECADO. A Él le duelen nuestros ojos cegados.

Muchos de los mensajes relacionados con el Domingo de Palmas, hablan de las multitudes, las ovaciones, las hosanas, el desfile, y los recitales. Pero todo eso era una farsa. ¡Y nuestro Señor lo sabía!

Pocos días después, esas mismas multitudes desaparecerían, y sus vítores se volverían en burlas. ¿Te puedes imaginar a Jesús en aquel día, montado en un asno, cabalgando sobre las ramas de palmas, y la gente alabándolo? ¡Él era el centro de atención!

Él debe de haber estado sonriendo de “oreja a oreja”, y saludando a las multitudes de adoradores, como si estuviera sentado “en un carro convertible” durante un desfile.

Pero noten lo que Lucas 19:41-42 dice, Ya cerca de la ciudad, Jesús lloró al verla. Y dijo, ¡Ah, si por lo menos, hoy pudieras saber lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. Las multitudes en Jerusalén querían a un general militar, que cabalgara triunfante a la ciudad, y depusiera a los opresores romanos.

Así que, en menos de una semana -- después del gran desfile -- cuando se dieron cuenta que no estaban consiguiendo lo que querían, coronaron a Jesús como Rey, ¡SI! Pero con una corona de espinas. Lo desnudaron, lo golpearon, y le preguntaron, ¿Eres tú el Rey de los judíos? ¡Qué tal chiste! ¡Se rieron a carcajadas!

Jesús, es realmente, “REY”, pero Su reino no es de este mundo. ¡El suyo es un reino en nuestros corazones! ¡Así que, ¡nuestro Señor Jesucristo se sentó en el Monte de los Olivos, y lloró! Interesantemente, una palabra griega diferente es usada para describir Su llanto en el camino del Domingo de Palmas, que Su llanto en Betania.

La palabra aquí implica sollozos fuertes, gemidos, y llantos que se podían escuchar a una cuadra de distancia. Jesús volcó Su corazón sobre nuestro abandono espiritual. Desgraciadamente, nuestras iglesias de hoy no parecen estar llorando por los pecados de aquellos cerca de ellos, o hasta por nuestros propios pecados.

Muchas de nosotras hemos perdido nuestras lágrimas. ¡Las lágrimas hablan más fuerte que las palabras! El hecho que Jesús llorara en la presencia de la muerte, nos demuestra “que no es impropio” que los cristianos lloren cuando sus seres queridos mueren. Los cristianos no se entristecen, “COMO OTROS”, que no tienen esperanza.

Y YA PARA TERMINAR… Las dejo con palabras muy alentadoras…

Apocalipsis 21:4 dice qué en el cielo, Ya no habrá muerte, ni más llanto, ni lamento ni dolor. Cuando Dios destruya los efectos del pecado, ya no habrá más lágrimas que enjugar. ¡UNA RAZÓN MÁS… DE MIRAR HACIA ADELANTE… A LA ETERNIDAD!