Un distinguido señor “ya mayor” fue al estudio de un pastor y le preguntó si podía celebrar una ceremonia matrimonial, en la cual “él” era el novio. El pastor le pidió que hiciera pasar a la novia para conversar juntos y conocerse mejor. El hombre le dijo, “antes qué entre mi novia, déjeme explicarle este matrimonio”.

¡Ambos hemos estado casados antes, el uno con el otro! Hace más de treinta años tuvimos un problema. Yo me enfurecí, y nos separamos. Luego cometimos la tontería de divorciarnos. Pienso que ambos éramos demasiado orgullosos para pedir perdón.

Todos estos años hemos vivido solos, y ahora vemos lo necios que hemos sido. Nuestra amargura nos ha robado los placeres de la vida, y ahora queremos casarnos de nuevo, y ver si el Señor nos da unos pocos años de felicidad, antes de morir.

PAUSA

Muchas veces, la amargura no nos deja perdonar. Es un factor hiriente que nos quita la paz y destruye nuestras relaciones. Por lo general, la amargura y el enojo vienen de cosas triviales, que destrozan hogares, iglesias y amistades.

Hebreos 12:15 dice, Tengan cuidado. No vayan a perderse la gracia de Dios; no dejen brotar ninguna raíz de amargura, pues podría estorbarles y hacer que muchos se contaminen con ella.

La palabra “amargura” significa algo “cortante” o “afilado”. También implica “sabor amargo”. Este pasaje se refiere “al fruto amargo” producido por la raíz de amargura. Podemos estar amargadas y esconderlo del resto del mundo, y disfrazarlo con otras actitudes.

Expresamos amargura “en nuestra vida” de muchas maneras: Por medio de la ira, la difamación, la malicia. Pero no podemos esconder nuestra amargura de Dios. La amargura nunca es constructiva; siempre es destructiva.

No importa lo que la gente nos haya hecho... cuantas veces lo haya hecho… o cuan malo haya sido. ¡La amargura nunca es aceptable ante Dios! ¿Cuándo alguien te trata mal, te insulta, o peca contra ti, ¿Cómo reaccionas? ¿Te sientes satisfecha guardándole rencor a la persona que te ha ofendido?

Desgraciadamente, tu decisión de albergar amargura “es igual de pecado” que el de la persona “que originalmente” cometió el pecado contra ti”. © Pero, ¿qué es la amargura? La amargura es el resultado de no perdonar a otros. Básicamente, si estás amargada con alguien, es que no has perdonado “realmente” a esa persona.

La amargura es el resultado de responder de forma impropia o “no bíblica” a una ofensa. La escritura compara a la amargura con una raíz. Así como “una pequeña raíz” crece hasta convertirse en un gran árbol, la amargura brota en nuestro corazón, y crece… afectando profundamente nuestras relaciones cristianas.

La raíz venenosa de la amargura “se apodera de nosotros” cuando permitimos que la desilusión crezca… “hasta volverse en resentimiento”, o cuando guardamos rencores por heridas pasadas. ¡La amargura trae consigo celos, y discordias!

¿Cuál es la semilla -- que plantada en la tierra de nuestros corazones -- se vuelve en una raíz de amargura? ¡GENERALMENTE… ES UNA HERIDA!

Cuando alguien te ofende, “es como si esa persona” hubiera plantado “una semilla de amargura” en la tierra de tu corazón. En ese momento… tú puedes arrancar la semilla inmediatamente, y perdonar a la persona que te ha ofendido, o tú puedes comenzar a cultivar la semilla -- rememorando el dolor “una y otra vez” en tu mente.

Tú dices… ¡Él me hirió! ¡Jamás lo perdonaré!” Si queremos evitar la amargura, ¡debemos perdonar! ¡Jesús nunca se negó a perdonar! ¡Nosotros debemos hacer lo mismo!

Tenemos que tener cuidado de no dejar que la amargura se arraigue en nuestra vida. La amargura “que abrigamos” deshonrará a nuestras relaciones. Esta es una razón por la cual hay tantas separaciones, divorcios y hogares destruidos.

¿Cuál es la evidencia de que nos hemos vuelto amargadas contra otra persona? Veamos algunas de las posibles muestras de amargura.

¡Te es difícil resolver conflictos? Tratar de resolver un conflicto con alguien -- que no quiere perdonar -- es como tratar de construir un edificio sin ponerle “primero” cimientos sólidos. La amargura condenará el proyecto… ¡aun antes de comenzar!

¿Cometes actos de venganza? Ya sea si estos actos tienen la forma de murmuraciones, comentarios rencorosos acerca de la persona que te ha ofendido, teniendo un pleito físico, o vengándote… ¡Esa es una señal de falta de perdón!

Romanos 12:19 dice, No busquemos vengarnos, amados míos. Mejor dejemos que actúe la ira de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.»

¿Te cuesta dirigirle la palabra a la persona que te ha ofendido? Cuando le hablamos a esa persona -- lo hacemos fríamente -- diciéndole prácticamente, “Mira, yo he tratado de decirte “una y otra vez” cuanto me molesta cuando haces esto o aquello. ¡Pero tú no entiendes! ¡No quiero hablar contigo hasta que no cambies tu actitud”!

¿Le hablamos sarcásticamente? Usamos entonaciones irónicas, hacemos comentarios sarcásticos, o despreciativos, hacemos bromas de mal gusto, contestamos de forma desdeñosa, y usamos toda clase de sarcasmo -- que muchas veces -- salen de un corazón resentido.

¡Te comunicas insolentemente? Hablarle a la persona “que te ha ofendido”, como si fuera una criatura, o alguien inferior a ti, no solo indica amargura, sino que es contrario a lo que Filipenses 2:3 dice, Háganlo con humildad y considerando cada uno “a los demás” como superiores a sí mismo.

Jesús les dijo a Sus discípulos, mientras les enseñaba a orar, “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Si ustedes perdonan a los otros sus ofensas, también su Padre celestial los perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los otros sus ofensas, tampoco el Padre los perdonará.”

Si te cuesta perdonar a la persona que te ha ofendido” -- sabiendo cuanto hemos sido perdonadas en Cristo – debemos hacer una pausa y, considerar si nosotros “realmente” estamos en la fe.

No importa cuánto te hayan herido, ”como cristiana que está comprometida a agradar a Dios”, no tienes otra opción “que perdonar al que te ha ofendido de cualquier pecado” que él o ella haya cometido contra ti. ¡Perdonar es costoso! Cuando tú perdonas a alguien, te cuesta algo, que es tremendamente caro. Te cuesta “el precio de la ofensa que has perdonado”.

Sin embargo, “lo que te cuesta a ti es una bicoca”, en comparación a lo que le costó a Jesucristo perdonarte tus pecados. Por eso la falta de perdón es un “crimen atroz” ante los ojos de Jesús, que es el juez de toda la tierra. Considerando cuanto nos ha perdonado Dios, “es una maldad” no perdonar a aquellos que nos han ofendido.

Así como Cristo perdonó a los que lo crucificaron, Su vida “en nosotros” hará posible que perdonemos las heridas y abusos, que hayamos sufrido. Como somos hijas de Dios, debemos perdonar para evitar las raíces de amargura. ¡Jesús nunca se negó a perdonar! ¡Nosotros debemos hacer lo mismo!

Por fe debemos dejar que Cristo “exprese ese perdón” a través nuestro. Al perdonarnos los unos a los otros, nos liberamos de la amargura. Cuando NOS perdonamos “los unos a los otros”, gozamos de la reconciliación y del gozo de tener relaciones saludables y afectuosas.

Y YA PARA TERMINAR…

No perdonar, “es como darle una cachetada a Dios,” al no querer perdonar pequeñas ofensas… “después de todo lo que Él ha hecho” por nosotros. El resentimiento es venenoso. El resentimiento nos corroe por dentro. ¡Sé la primera en perdonar! ¡Sonríe y toma el primer paso! ¡Verás como la felicidad florecerá! ¡Sé siempre la primera!

No esperes a que otros te perdonen. ¡Perdonar es la más bella forma de amar! ¿QUIERES SUPERAR LA AMARGURA? ¡ENTONCES… PERDONA!