El libro “El Río de la Vida” es una bella historia acerca de dos muchachos, Norman y su hermano Pablo, creciendo en Montana con su papá, que era pastor de una iglesia cristiana. Todos los domingos por la mañana, Norman y Pablo, iban a la iglesia para escuchar a su papá predicar.

Por la noche, habría otro servicio, y su papá predicaría de nuevo. Pero entre estos dos servicios, Norman y Pablo podían caminar “por las colinas y los riachuelos” junto con su papá, mientras que éste se relajaba entre los dos servicios.

Este era un acto intencional por parte del papá -- para restaurar su alma y llenarse de nuevo “hasta rebosar” para el sermón de la noche. A través de los evangelios, vemos a Jesús enseñando a las multitudes en las colinas y las ciudades, y sanando a los enfermos… que eran traídos a Él.

Toda esta interacción era parte de la misión de Jesús. Lucas 19:10 dice,Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Pero noten que Jesús se retiraba a lugares apartados para orar… para tener comunión con Su Padre, “y ser renovado y restaurado” para poder regresar a Su misión.

¿Si la oración con el Padre “era importante para Jesús”, no debiera ser importante para nosotras también?

Lucas 11:1 dice, En cierta ocasión, Jesús estaba orando en un lugar y, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar. La razón que Su discípulo quería saber “como orar” era porque él había visto y escuchado a Jesucristo orar. Era la costumbre de nuestro Señor de retirarse “a solas” para orar.

El discípulo “que escuchó a Jesús orar”, tuvo un ardiente deseo en su corazón “de orar” como Jesús oraba. Él no estaba pidiendo “una técnica”, ni un sistema a seguir. ¡Él solo quería “orar” como Jesús oraba!

Todos los grandes siervos de Dios “han sido hombres y mujeres de oración.” Las vidas secas de muchos cristianos, y la falta de vida de muchas de las iglesias de hoy, es el resultado de la falta de oración. ¡Ese es nuestro problema! En respuesta a su pedido, el Señor les dio el modelo de oración… ¡conocido desde hace dos mil años, ¡como el Padre Nuestro!

No pienso que la intención de Jesús era, “que su modelo de oración”, se convirtiera en una oración repetitiva; sino más bien, en una oración espontánea y personal, como un hijo o hija le habla a su papá. ¡Dios Padre nos conoce! Pienso que no quiere que nos jactemos, ni asumamos una voz “poco natural”, ni usemos un lenguaje florido. ¡NO!

Pienso que lo que Él quiere es que tú y yo le hablemos… ¡cómo tú y yo hablamos! ¡SI! Nuestra comunión con Dios, a través del Señor Jesucristo -- es principalmente expresada -- a través de nuestras oraciones íntimas y personales.

La Escritura nos da “muchos relatos” acerca de la vida de oración de Jesús. Cuánto más nos familiaricemos con estas historias, “más nos daremos cuenta” que Jesús trataba a la oración… ¡como un hábito santo! Él normalmente oraba temprano por la mañana “para presentarle a Su Padre” Sus planes del día.

Orar, “en un lugar tranquilo y solitario”, le permitía a Jesús “escuchar la voz de Su Padre,” antes que el bullicio de la vida cotidiana comenzara. La rutina de oración de Jesús, hizo que uno de los discípulos le pidiera, Señor, enséñanos a orar. En nuestro caminar cristiano no hay nada más importante – y más difícil de mantener – que una verdadera vida de oración.

Si Jesús, el Hijo divino de Dios, necesitaba orar, entonces “con mayor razón” nosotras debemos hacer lo mismo. Este pensamiento nos llevará a ponernos de rodillas ante Dios. Él está listo y ansioso de escucharnos y ayudarnos.

2Jesús les dijo: «Cuando ustedes oren, digan: “Padre, santificado sea tu nombre. Que Dios pueda ser llamado personalmente “como Padre” puede que no nos llame mucho la atención hoy en día… ¡pero era algo extraordinario en la época de Jesús!

No hay duda, que los escritores del Antiguo Testamento “creían” en la Paternidad de Dios. ¡SI! Pero lo veían “mayormente” en términos del soberano Creador/Padre, a quien le debían su existencia. ¡Hasta Abraham “mismo” nunca llamó a Dios… “Mi Padre”!

Pero cuando Jesús vino… ¡Él llamó a Dios solo como Padre! En todas Sus oraciones lo llamaba Padre. Nunca nadie en toda la historia de Israel… ¡habló y oró como Jesús! ¡Ni siquiera uno! ¡Pero hay algo más! La palabra “que Jesús usó” no fue la palabra formal de Padre.

Fue la palabra aramea, que un niño – de esa época -- usaba para dirigirse a su papá “Abba”. ¡Papá! La Palabra “ABBA” fue también la palabra que Jesús usaba para dirigirse a Su padre terrenal – JOSÉ -- desde que Jesús era un bebé, hasta que José murió. ¡Todos usaban esa misma palabra! ¡ABBA! ¡PAPÁ!

Pero “un examen cuidadoso de otra literatura de esa época”, nos muestra que ABBA nunca fue usada para Dios – bajo ninguna circunstancia. “Abba” significaba papá – pero con un toque más reverente “del que nosotros usamos” hoy en día. La mejor interpretación sería “AMADO PADRE.”

Para el judío tradicional… ¡la oración de Jesús era impactante! El Antiguo Testamento habla de Dios, como Padre, solo 14 veces. ¡SI! Como Padre de Israel, pero no como un Padre personal. ¡Nunca como su Papá!

Pero cuando el discípulo -- le pidió a Jesús que les enseñara a orar --Jesús les dijo que comenzaran llamando a Dios, SU PADRE, ¡ABBA! “AMADO PADRE.” ¡PAPÁ! Hoy en día, cuando decimos “ABBA” en nuestras oraciones, estamos diciendo “lo mismo que salió de los labios de Jesús” y, de los labios de Sus asombrados discípulos.

Jesús transformó la relación con Dios -- de una experiencia distante -- a una experiencia de intimidad. ¡Y les enseñó a Sus discípulos a orar… ¡con la misma intimidad! ¡Él quiere que nosotros hagamos lo mismo! Debemos orar, “PADRE”, “ABBA” “AMADO PADRE” Y PAPÁ. ¡Esta consciencia de Padre “tan maravillosa” debiera alimentar nuestras oraciones!

Pablo dice en Gálatas 4:6, Y por cuanto ustedes son hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!» Y Romanos 8:16 dice,El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

¡Llamar a Dios “PADRE” trae dulzura a nuestras almas! Por ejemplo, en el momento EN que una niña es adoptada, su vida cambia: ella recibe un nuevo nombre, una nueva familia, y muchas veces, hasta un nuevo estilo de vida.

Sin embargo, esa realidad legal puede existir, sin que la niña sienta “un verdadero sentido” de pertenecer a la familia. Una cosa es que una chiquita vaya a vivir a una casa; y es otra, la profunda realidad de “experimentar y expresar completamente”, la unión de una familia… y de llamar a sus nuevos padres “Mamá” y “Papá”.

Lo mismo es verdad con nuestra adopción espiritual… ¡cuando profesamos fe en Jesucristo! Nuestra adopción cambia nuestro estatus absolutamente… ¡y eternamente! Pero Dios no está satisfecho “con un simple cambio de nombre” -- como quien dice. ¡Él quiere que sepamos lo que significa ser Sus hijos e hijas!

Él anhela que tengamos la maravillosa experiencia de pensar en Él, cómo nuestro Padre Celestial. Para hacer esto, Él nos da “a Su Espíritu Santo” para moldear nuestro carácter, y para ayudarnos a ver nuestra relación con Él… ¡como la de una hija y su Padre!

La experiencia cristiana no es simplemente “una transacción legal”. ¡NO! ¡Es mucho más que un dogma o una doctrina! La salvación no es solo el perdón de pecados; es también una transformación por el poder del Espíritu. El cristianismo no es algo mecánico… ¡es tener una relación con Dios!

Lo que Jesús logró “objetivamente y legalmente en la cruz”, el Espíritu lo continua “de forma subjetiva” para que lo experimentemos en nuestros corazones. ¡Hemos sido rescatadas, aceptadas, y amadas! Con este cambio, podemos anticipar devoción, pasión, lágrimas, iluminación, y más que nada, ¡ALABANZA!

Cuando estamos tentadas a olvidarnos de nuestro nuevo estatus -- como hijas de Dios -- el Espíritu está ante nosotros, esperando para testificar… “¡Tú le perteneces a Dios!” “¡Tú fuiste comprada a un gran precio! ¡Tú eres amada y apreciada!

Cuando “pecamos”, y nos sentimos magulladas, quebrantadas y desalentadas, el Espíritu nos ayuda a clamar, “O Padre, Abba, perdóname. Ayúdame”. Esas súplicas nos harán recordar -- de la maravillosa obra terminada del sacrificio de redención de Jesús.

2Santificado sea tu nombre. ¿Qué significa santificar el nombre de Dios? ¡Significa “considerar santo -- “tratar como santo!” Otro gran término sería tratar “con reverencia”. ¿Cómo santificamos Su nombre como Padre? Con nuestros labios, tanto privadamente, como públicamente. ¡ÉL ES NUESTRO PADRE!

Su nombre “nunca debe de ser usado” indebidamente. Debemos reverenciar a nuestro “ABBA” con nuestros labios. ¡De esta forma elevamos y confirmamos nuestro amor por Él! También “santificamos Su nombre” por medio de nuestras acciones – mientras vivimos vidas que demuestran -- ¡que realmente honramos a nuestro Padre Celestial!

¡Que Dios nos ayude a ser hombres y mujeres de oración! No necesitamos más predicadores, más iglesias, ni más misioneros. ¡Lo que necesitamos “es más gente” que sepa orar! ¿Amén?