Marcos 6:45-46 dice, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla, a Betsaida, mientras que él despedía a la multitud, 46pero después de despedirlos se fue al monte a orar.
Esta historia se llevó a cabo “inmediatamente después” del gran milagro de la alimentación de los cinco mil. A simple vista, el hecho de que Jesús les dijera que se subieran a la barca, y se fueran a Betsaida, parece algo extraño, ¿NO?
Después de todo, ¿no tendría más sentido dejar que los discípulos se quedaran en la playa, para aprovechar las oportunidades de ministerio que los milagros de Jesús les habían dado, y de poder compartir el evangelio con la gente?
¡La alimentación de los cinco mil fue algo espectacular! ¿Qué es lo que haces tú después de una victoria espiritual? ¿A dónde vas cuando alcanzas un momento culminante en tu vida cristiana? ¡Jesús se fue a orar!
Si alguna vez hubo un momento para relajarse y disfrutar de la maravilla del poder de Dios, habría sido ese momento. Sin embargo, ¡Jesús subió a un monte a orar! Cuando Jesús oraba, el Padre le revelaba “claramente a Su Hijo”, Su voluntad y Sus maneras.
Eventualmente, los discípulos se dieron cuenta, que Jesús se preparaba “para cada decisión importante” o para cada reto difícil… ¡orándole a Su Padre! Mientras que Jesús oraba en el monte en aquel día, el Padre sabía que Su Hijo estaba a punto “de enfrentarse” a una gran tormenta.
Sin embargo, los discípulos “se tiraron de cabeza” a esa tormenta “totalmente desprevenidos”. Jesús entró a la tormenta después de haber tenido comunión con Su Padre… ¡en oración! El Padre había preparado a Jesús para lo que se venía. ¡Jesús se enfrentó a la crisis en el poder de Dios!
Es tentador relajarnos después de una victoria espiritual… ¡pero una crisis puede venir en cualquier momento. ¡Tenemos que cuidar nuestros grandes momentos! Es en esos momentos “en que experimentamos a Dios poderosamente” que necesitamos estar a solas con Dios, ¡y orar!
Cuando oramos, las pruebas de la vida no nos cogen por sorpresa. ¿Has experimentado una victoria espiritual? ¡Sigue el ejemplo de tu Señor! Anda inmediatamente a orarle a tu Padre, para que te prepare para lo que está por venir.
47Cuando llegó la noche, la barca ya estaba a la mitad del lago, y Jesús estaba en tierra solo; 48pero cerca del amanecer fue hacia ellos caminando sobre las aguas, pues los vio remar con mucha dificultad porque tenían el viento en contra.
¡Jesús caminó sobre el agua! ¡Fue algo espectacular! ¡Un verdadero milagro! ¡Una evidencia del gran poder de Dios! Pero algo más sucedió “en esta historia” que nos debe de maravillar aún más. Se trata de la compasión de Jesús, y como Él cuida de Sus amigos. Por eso, después de dejar a Sus discípulos en el bote, Jesús se fue a orar al monte.
¡Pero Él no se olvidó de ellos! Él siguió observándolo todo. De repente un fuerte viento “creó grandes olas” e hizo que “remar” se convirtiera en una lucha tremenda. ¡Jesús vio la difícil situación en que Sus discípulos se encontraban! Pero, en muy poco tiempo, Él estaría al lado de ellos, calmando sus miedos.
Cuando Teresita, una amiga muy querida, leyó este pasaje, se quedó impresionada de que Jesús se quedara chequeando la barca, después de mandar a los discípulos, porque sabía que las aguas se volverían turbulentas.
A lo que Teresita reflexionaba en esta historia, una verdad cobró vida en ella: Jesús está al tanto de nuestras luchas, y viene a nuestra ayuda cuando lo necesitamos. Días después, esta perspectiva “tomó “un nuevo significado para Teresita,” cuando su doctor -- le dijo a ella -- que tenía cáncer.
Teresita sabía que tendría que enfrentarse a aguas tormentosas en el futuro, pero también sabía que su Salvador estaría al tanto de su situación – listo para venir a su ayuda en sus momentos de lucha. ¿Te estás enfrentando a tiempos difíciles? Aunque tú solo veas dificultades, ¡Dios estará a tu lado hasta el final!
Las tormentas de la vida son la manera “que Dios usa” para llevarnos a una gracia más profunda. Sin la adversidad, seríamos gente bien egoísta, orgullosa, y vacía. ¡Recuerda! ¡Jesús está mirando tu barca!
La tormenta era “un paso adelante espiritual” para los discípulos, aunque ellos no lo sabían. A lo mejor una tormenta está rugiendo en tu vida. Estás tan golpeado que te preguntas si vas a poder salir adelante. A lo mejor tu relación se está tambaleando, y está a punto de hundirse.
O el golpe puede ser el estrés de tu trabajo, o alguna enfermedad terrible. Tu tormenta puede ser un hijo descarriado. Cualquiera que sea la prueba… ¡tú sientes que te estás ahogando!
Cuando nos sentimos atrapadas, dolidas, solas, o descorazonadas… ¡Jesús lo sabe! Nuestras lágrimas de dolor son “como faros” que traen a Jesús a nuestro lado – en el momento en que más lo necesitamos. Jesús escucha “hasta nuestro llanto más débil” pidiendo ayuda. ¡Él nunca nos defrauda!
Este pasaje es una ilustración de la vida de Jesús y Sus discípulos, escrita especialmente, para nosotros. Ellos se enfrentaron a vientos huracanados… y a un mar terriblemente bravo. ¡Los apóstoles habían estado remando durante ocho horas! ¡Los pobrecitos ya no daban más!
Se encontraban en una situación que parecía imposible, agotadora, frustrante y, hasta peligrosa. Los discípulos estaban más allá de sus fuerzas y sus habilidades.
A lo que leemos esto, nos preguntamos ¿por qué querría Jesús que Sus discípulos estuvieran en esta dificultad? Es obvio, que ellos no estaban es este lío, porque habían sido desobedientes, arrogantes, o insensatos, sino porque ellos habían obedecido a Jesús. Jesús ve que Sus discípulos estaban exhaustos, y en una situación peligrosa.
Así qué se pone en marcha… ¡y comienza a caminar sobre el mar! ¡SI! ¡En el momento en que Jesús comienza esta caminata sobre las aguas, nosotras somos confrontadas con dos verdades! La primera verdad es que Jesús de Nazaret es Dios Todopoderoso. ¡Ningún otro ser humano puede caminar sobre el mar!
Pero hay también, otra verdad bien importante, que debemos de observar. En el momento en que Jesús comienza a caminar sobre las aguas, nos damos cuenta, que Él tenía algo en mente.
Si todo lo que Jesús quería hacer “era aliviar el problema”, Él no tenía necesidad de caminar sobre el mar. Él solo tenía que orar desde la orilla… ¡y el viento se hubiera calmado! Pero Él hace esta caminata, no porque buscaba dificultades. ¡NO! ¡Él estaba tras estos hombres en medio de la dificultad!
Él quería cambiar “lo que ellos pensaban de sí mismos”, y de sus vidas. Parado al lado de la barca, mientras el viento “seguía soplando” y las olas seguían estrellándose, les dijo, 50b¡Ánimo! ¡Yo Soy! ¡No tengan miedo!» 51Al subir a la barca con ellos, el viento se calmó. ¡Ellos estaban muy asombrados!
Realmente -- el “YO SOY”, JESÚS MISMO -- estaba tomando uno de los nombres de Dios. Él estaba diciendo “YO SOY” está con ustedes, el Dios de Abrahán, Isaac, y Jacob, y en quien todas las promesas del pacto recaen.
Era imposible para ellos “estar solos” porque su existencia había sido invadida por la gracia y la gloria de “YO SOY”. ¿Por qué mandó Jesús a Sus discípulos a la tormenta? Lo hizo por la misma razón que Él, a veces, nos manda tormentas a nosotras – porque Él sabe, qué en algunas ocasiones -- necesitamos una tormenta para poder ver Su gloria.
Para la creyente, la paz solo se encuentra en la presencia, en el poder, y la gracia del Salvador, del Rey, del Cordero, del “YO SOY”. Esa paz es tuya cuando las tormentas de la vida te llevan más allá “de tus habilidades naturales”, de tu sabiduría, y tu fortaleza.
Tú puedes vivir con esperanza y valentía, en medio de algo “que en otra época” te hubiera desalentado… te hubiera dado miedo, “porque sabes” que tú nunca estás sola. “YO SOY” habita en todas tus situaciones, en todas tus relaciones y a dónde quiera que estés, por Su gracia.
¡Jesús está en ti! ¡Él está contigo! ¡Él está a tu favor! ¡Él es tu esperanza! Cristo ve todo, y sabe cuándo nos sentimos solas -- cuando pensamos que nadie nos conoce -- o que no le importamos a nadie. Jesús ora por nosotros, aun en medio de una tormenta.
Las olas, que aterrorizaron a los discípulos, “fueron el punto de partida” para que el Señor fuera a ellos.
Él esperó hasta que su situación fuera tan desesperada, que ellos no podrían hacer nada por sí mismos. Jesús quería que ellos lo reconocieran, que confiaran en Él, y que lo invitaran a subir a la barca. Pero ellos no lo reconocieron -- sino más bien gritaron aterrados -- porque pensaron que era un fantasma.
Los discípulos fallaron la prueba -- porque no tuvieron la visión espiritual ni los corazones receptivos -- para saber que era Jesús. El milagro de los panes y peces no había hecho “una impresión duradera” en ellos.
Después de todo, si Jesús podía multiplicar los alimentos, y dar de comer a miles de gente, entonces de seguro que Él podría protegerlos en la tormenta. ¿Quién manda las tormentas a nuestras vidas? ¿Quién nos prueba? ¿Quién provee por nuestras necesidades, y luego nos prueba con ellas?
¿Quién nos hace una promesa, y luego nos manda para ver “si creemos” lo que enseñamos o lo que decimos? ¡EL SEÑOR MISMO! Eso es lo que Él está haciendo con nosotros, como hizo con Sus discípulos.
Jesús nos está entrenando, enseñándonos, preparándonos, edificando nuestras vidas -- como Él mismo edificó sus vidas -- para que nosotros podamos ser hombres y mujeres de fe, seguros, calmados, y capaces de hacerle frente a la vida!