Hace unos años, un periódico ofreció “un gran premio” por la mejor definición del dinero. De los cientos que compitieron, el ganador presentó lo siguiente: “El dinero es “el proveedor universal” de todo -- menos de la felicidad. Y es el pasaporte para ir a todas partes, menos al cielo.”

Jesús habló más acerca del dinero, de las posesiones, y los bienes de una persona… ¡que de la oración y la fe! Esto no significa que Jesús valoraba el dinero más que la oración y la fe. ¡NO! Sino más bien, recalca la importancia “que Jesús puso” en las cosas materiales con relación a la vida del hombre o la mujer.

Jesús dijo en Lucas 12:15, Manténganse atentos y cuídense de toda avaricia, porque la vida del hombre no depende de los muchos bienes que posea.

Jesús usó esta oportunidad para enseñarle a las multitudes “acerca de la ambición por las cosas materiales” en la vida de una persona. La codicia viene en muchas formas y tamaños. La codicia agrada a la gente de todas las clases sociales, sin importar cuales sean los ingresos, o la condición social.

¡Nadie está inmune a los ataques de la codicia! El problema es cuando “lo material” toma prioridad sobre lo espiritual. La verdadera satisfacción en la vida fluye de cumplir el propósito “para el cual fuimos creadas”, ¡para gozar de una relación íntima con Dios!

Cuando substituimos a Dios -- adquiriendo cosas materiales “en exceso” -- hacemos que nuestro corazón se sienta más vacío.

La codicia es una sed insaciable de tener “más y más” de algo “que creemos que necesitamos”, para estar verdaderamente satisfechas. Puede que sea “la sed del dinero” o de las cosas que el dinero puede comprar, o hasta el hambre de tener posición y poder.

Jesús “dejó bien claro” que la vida abundante no depende de las posesiones. Eso no quiere decir que Jesús “no quiere” que tengamos ciertas necesidades básicas. Más bien, lo que Él dijo es que no tendremos “una vida más abundante…” ¡adquiriendo más cosas!

Una vez, Mark Twain definió la civilización, “como la multiplicación ilimitada de necesidades innecesarias”, ¡y tenía razón! De hecho, que muchos creyentes están infectados con la codicia… ¡y ni siquiera lo saben!

¡El dinero es el fruto del esfuerzo! Sin embargo, la última cosa que una persona “le quiere dar a Dios”, es su dinero. ¿Por qué? Porque nosotros pensamos más “en el símbolo” que en la Fuente del dinero. ¡El dinero puede ser bueno! ¡SI! Sin embargo, 1 Timoteo 6:10 dice, Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero.

La gente piensa que la advertencia de Pablo solo aplica a los ricos y famosos. ¡PERO NO! Si el dinero es visto solo, como un símbolo de estatus, para atesorarlo, o para mantenerlo lejos de Dios… ¡entonces se vuelve una trampa! Tu dinero es asunto tuyo, ¡SI! pero si eres cristiana, tú sabes que es asunto de Dios también.

Tú sabes “que tu dinero” no te llevará al cielo. Por cierto, que no hay nada de malo en seguir buenos principios de negocios, ni en ahorrar para el futuro. Aunque Jesús no fomenta el desperdicio, Él tampoco estimula el egoísmo motivado por la codicia.

Lucas 12:34 dice, Donde ustedes tengan su tesoro, allí también estará su corazón. Realmente, ¡lo que tú más valoras… ¡ESE ES TU TESORO! A lo que le dediques “tu tiempo y tu dinero”, ¡ESE ES TU TESORO! Lo que domina tu conversación, ¡ESO ES LO QUE ATESORAS! Lo que otros saben de ti… ¡es una buena señal de lo que tú atesoras!

Muchos cristianos son bien rápidos en decir que Dios es su primera prioridad. Sin embargo, muchas veces, sus acciones revelan que su tesoro no es Dios… ¡sino las cosas de este mundo! A algunas cristianas se les hace difícil hablar de su relación con Dios, pero pueden hablar “por horas” acerca de su familia, de sus amigas… ¡y hasta de los deportes.

A algunas se les hace imposible levantarse temprano para pasar tiempo con Dios. Pero se levantan tempranito “felices de la vida” cuando quieren disfrutar de alguna diversión. A algunas se les hace difícil darle a Dios una ofrenda, pero se gastan gustosamente “cualquier cantidad de dinero” en conciertos y entretenimiento.

Algunas se acercan valientemente “a extraños” para venderles algún producto. Sin embargo, se vuelven de lo más “timiditas” cuando se trata de decirle a otros acerca de su Salvador. Algunas sirven cientos de horas “como voluntarias en organizaciones”, pero sienten “que no tienen tiempo” para servir a Dios.

En realidad, el uso del dinero, debe ser para beneficio de otros. ¿Quién se está beneficiando de tu dinero? Tu actitud hacia el dinero define tu actitud hacia Dios. Si tú sabes, que Dios te ha dado la idea, el plan, y la habilidad para ganar dinero, ¡entonces maneja tu dinero como una buena administradora! ¡Pero recuerda! ¡ES SU DINERO!

¡Tú solo lo estás administrando para beneficio de Su mundo y Su iglesia! Pero si tú ves al dinero, “como tuyo”, solo para tu bien, entonces no lo estás usando bien, y no has entendido la importancia del dinero. El dinero puede comprar lo mejor para ti… ¡y lo mejor para la obra de Dios!

Se cuenta la historia acerca de una conversación entre un muchachito ambicioso, y un señor mayor. Ese buen señor parecía saber mucho acerca de la vida. El muchacho le dijo, “Voy aprender un oficio.” ¿Y luego? le preguntó el señor. “Voy a comenzar mi propio negocio.” ¿Y luego? “Haré una fortuna.” ¿Y luego?

“Me imagino que envejeceré, me retiraré y viviré de mi dinero.” ¿Y luego? “Supongo que algún día me moriré.” ¿Y luego? Aquellos que nunca se acuerdan que hay otro mundo, están destinados “algún día” al peor de los lugares.

Juan Wesley, el famoso reformador de Inglaterra, dijo, “Gana todo lo que puedas, ahorra todo lo que puedas, y da todo lo que puedas ¿Es la acumulación del dinero lo que necesitas para lograr tus sueños? ¡Entonces está bien que lo tengas! Pero si tu razón es de conseguir, de comprar y, de tener estatus, ¡no es muy probable que el dinero te venga a ti!

Los romanos tenían un dicho que decía, “qué el dinero es como el agua salada; cuánto más lo tomes, ¡más sedienta te vuelves!”

La acumulación de riquezas con el propósito de lograr metas dignas -- como la salvación del mundo y la sanación de las naciones -- es un deseo que Dios bendecirá. Busca “por todos los medios” como traer dinero para tu causa… ¡si es que tu causa es para el bienestar de la humanidad!

¡Hace poco leí algo, que me pareció excelente! Decía… ¿Qué es lo que el dinero puede comprar? Una cama, pero no el sueño. Libros, pero no cerebro, Comida, pero no apetito, Gala, pero no belleza, Una casa, pero no un hogar, Medicina, pero no salud, Lujo, pero no cultura, Diversión, pero no felicidad, Halago, pero no respeto.”

¡La prosperidad está directamente relacionada con la armonía! Mucha gente piensa abrirse paso por la vida con la prosperidad. Sin embargo, ¡el secreto “ES DE ABRIRSE PASO” con amor y armonía! No es batallando, SINO AMANDO… ¡que se gana la abundancia! ¡La prosperidad es primero una actitud, y luego, ¡es el éxito!

Tú nunca encontrarás el camino a la prosperidad, si estás caminando en desunión y discordia con Dios y otros. La derrota siempre le sigue a la discordia. Cuando Jesús dijo, “Mi paz les doy,” Él estaba diciendo en realidad, “Mi actitud armoniosa, y mi consciencia armoniosa, ¡YO se las doy!”

Jesús llevaba paz y prosperidad a donde quiera que iba. ¡A Él nunca le faltó nada! Jesús cogía lo que estaba a mano, y por fe, lo volvía para Su bien… ¡y para el bien de otros! ¡Él usaba la vida, porque Él es vida! La gente piensa que la prosperidad es todo acerca del dinero.

Cuando la gente escucha acerca de la prosperidad, ¡inmediatamente ve el símbolo del dólar! Pero la prosperidad es mucho más profunda que eso. La prosperidad puede incluir el dinero, ¡SI! pero es más amplia y más enriquecedora que eso. Si pones al dinero primero, es como tratar de recoger “el maíz” antes de que sea plantado en la tierra.

Si satisfaces las necesidades de otros, ¡el dinero te seguirá como “el arco iris” sigue a la lluvia! Cuando tú pones el dinero en el lugar que le corresponde… ¡todo lo demás seguirá su cauce! Por eso, el Salmo 1:3 dice, ¡En todo lo que hace, [el hombre o la mujer] prospera! ¿Es esto verdad para ti? Dios cree en la prosperidad… ¿Lo crees tú?